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Mostrando las entradas de septiembre, 2024

Para no empacharse

 -Te vas a empachar.– Decía con su tono de tragedia: “te vas a caer”, “te vas a enfermar”, “un día te vas a acordar de mí”. Nunca eran advertencias, más bien era un ritual: yo hacía media acción mal y ella me echaba la sal para que terminara. “No dejes para mañana...” Pero yo no conocía otras formas. Frente a su escrutinio, en la mesa, se me ocurrió decirle que así comíamos en la facultad, que si no el olor a quesadilla lo perseguía a uno en el salón, que si no luego la voz de la Teoría Crítica no te entraba por los oídos porque al abrir la boca para morder la torta se cerraban como escotilla. En lugar de mi defensa, me declaré culpable. Y comencé a mordisquear manualmente, como quien se da cuenta que respira. Consciente, uno acaba temiendo por su vida. También con la comida se piensa en la existencia. Masticas y masticas, pero nadie te dice cuándo parar, ¿en cuántos mordiscos el bistec está listo para ser tragado? ¿Y el brócoli? Me desespero. Vuelvo a la mordida de aspiradora y tr...

Aposté con Dios

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Quisimos ganarle al cielo, pero el juego estaba amañado. En 2021 la muerte rozaba nuestras mejillas; a mi perro le dio un beso de Iscariote. No fue  coronavirus , sino un débil moquillo. No murió al instante porque mis padres y hermanos lo dieron todo, se volvieron ludópatas desesperados, niños ingenuos. El veterinario sentenció: con un tratamiento tenía probabilidad de vivir: uno en dos; águila o sol; ser o no ser. Y no fue, murió. Antes de morir se volvió esquivo, huraño y renqueante. La última noche no dormí, sabía que en cualquier momento su desgarrador silbido se detendría. Quería besarlo, abrazarlo y dormir a su lado, pero temía que mis berridos lo asustaran. Me comía los labios, mientras mi cabeza terminaba de licuarse y mi corazón se hervía. Yo no quería que se fuera, así que lo negué hasta tener la certeza: el cuerpo frío y su ausencia. Pero el temor no se niega, así que por eso el debate y el insomnio.  Al igual que mi familia, le rogaba al perro que luchara, que fue...

El día que mamá murió

Mi mamá murió cuando comencé a leer. No me di cuenta hasta los 21 años. Esta tarde la encontré en su cuarto desparramada, hundida sobre unas sábanas deshechas y sin cobija. Lo único que intentaba abrazarla era un libro que yo había comprado la semana pasada en una feria. Estaba hundido en su pecho, abierto. La descobijé y miré su avance: diez hojas son suficientes para el arrullo.  Mi mamá leía, sí. Pero siempre fue frente a mí, nunca a escondidas. Me leía sobre lunas y bajo soles. Me leía a mí. Y cuando fui lo suficientemente egoísta para revisar historias sin ella, no la volví a ver con libros sobre el regazo. Comenzó con los trabajos que habrían de ser su literatura toda la vida: restaurantes, comercio y atención a clientes. Aunque creo que ella estaba preparando su descenso. Sabía de la irremediable muerte del cuerpo, quizá lo leyó de adolescente. Pero su espíritu se resistía en cada palabra que me dictaba, en cada imagen que dibujaba con su voz amarga y cálida.  El espíri...