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Mostrando las entradas de octubre, 2024

El correo perdió una carta

A Maliachi Estimada Fabiola: Iba a reclamarle al tiempo que no nos deje continuar con la charla, pero es sordo y está ancho devorando todo signo de estabilidad. Aún así, las sobras de los recuerdos nos alcanzarán para llegar hasta acá: el final. Regreso al primer día porque está impreso en mi diario:  Mientras la profesora de literatura terminaba la monografía de Rayuela sobre su escritorio, erguida en ese negro envoltorio pegado al talle, mis ojos miraban a un horizonte sin ****, un azul sin nubes que me obligaba a leer a Cortázar después de la ruptura (agosto, 2024).    Fue solo un comentario sobre la riqueza de Rayuela , y claramante mi relación terminó pronto, pero fue ahí que me di cuenta que la luz ya medio muerta de mi alma podía seguir reflejando pensamientos creativos o videncias destructivas. Si este curso tuviera cuerpo estaría enamorado, querría que continuara conmigo hasta la muerte. Rogaría por su cariño. Nunca he amado así. Aunque quizá todo el ciclo acadé...

¿Cómo llorar?

Para B. y Rodrigo M., por las marcas del lenguaje –No llores más. Y lloro más para contrariar.  Mi lluvia no aprendió a detenerse bajo el paraguas de ningún ser: ni del pasajero en el metro, ni del mesero en el restaurante. Mis lágrimas son un granizo que parte la indiferencia. Aunque a llorar se aprende. Se colorean mandalas de tristeza una tarde y luego se pintan óleos de felicidad por la noche. Hay que saber de dónde viene el llanto o terminamos con una obra pobre que solo hace que sobreviva una incomodidad en nuestro espíritu acuoso. Para saberlo, acudir a la memoria y a los sentidos. El motor de las lágrimas son imágenes, como en la literatura. Entonces, llorar con recuerdos para reconocer el sentimiento: una calle que huele al ataúd de mi abuela; una alfombra que se siente como mi perro inválido; una carta que tiene la voz de mi amado; un elogio que se escribe sonriendo; el timbre de la puerta del metro en bucle; un hacha de sueños que me degolla.  Llorar debe ser satisf...

Envidia o de ósculos y danzas

La fiesta en la que estábamos ya me había exasperado, tome para que todo girara y, al menos, tuviera un sentido (o lo perdiera). Vi a Roy besar por montones; sus finas facciones y sus patillas de Iturbide estaban acostumbradas a conquistar. Aldo y Val por el otro lado se amaban, jugaban con la eternidad, en un beso se perdían. Y, Franco bailaba con cualquier extraño que se dejara: sus piernas y caderas eran de cubano. Me arrinconé entre las bocinas para gritar. Me resbalé y quedé tirado en cuclillas entre cerveza y gomitas. No tenía la belleza colonial, ni la fusión romántica, ni la pasión dancística, ¿entonces, qué hacía ahí? Era inservible. Ahora empezaba la rueda a girar. Vomité emociones y lágrimas. Me quería bajar. Me rasqué la piel hasta que se irritó. De pronto, tenía a todos mis amigos mirándome como se mira el ataque de un esquizofrénico. El día ya estaba arruinado y nos fuimos.  No hay otra palabra más que envidia. Si después me arrepentí o sentí deshonor era cosa del fut...